El cuento que a continuación voy a contar es uno de mis favoritos.

La siguiente historia tiene mucho de aceptación y sobre todo de ser honesto con uno mismo, pero no quiero adelantarme a su lectura. Espero que la disfrutes:

olaya turbon, psicologo online

Un anciano maestro Zen y dos de sus discípulos caminaban cierto día en silencio a lo largo del sendero de un bosque. Cuando de pronto, llegando a un fresco riachuelo, descubren a una hermosa muchacha que sentada en sus orillas, contempla provocativa y sonriente a los tres caminantes que se acercan.
No hay que observar mucho para reconocer la perturbación que la joven ejerce súbitamente en los dos adolescentes discípulos que enseguida se percatan de su belleza, prendados del radiante atractivo de su cuerpo y del brillo chispeante de su mirada.

– ¿Quién de los dos me tomaría para ayudarme a cruzar el río? -pregunta ella, con descaro y seducción provocadora.

Los dos discípulos se miran entre sí nerviosos, recordando sus tres votos (pobreza, obediencia y castidad) y, a continuación, dirigen su mirada interrogante al maestro, que todo lo observa.
Éste mira con profundidad a cada uno de ellos sin pronunciar palabra alguna.

Tras un largo y tenso minuto de contradicción y duda, uno de los discípulos decide ceder a la tentación y avanza hacia la muchacha, tomándola en sus brazos, para cruzar el río entre sonrisas y caricias delicadas.
Al llegar a la otra orilla, se regalan un cálido beso y se despiden con ardiente deseo. Al momento, el joven da media vuelta y se integra sonriente al grupo que, de nuevo, camina hacia delante por la senda. Como si nada hubiera ocurrido.

El rostro del discípulo que ha permanecido junto al maestro se muestra turbado, no cesando de proyectar interrogadoras miradas al impasible y silencioso anciano, que tan solo observa.
Pasan las horas mientras el grupo avanza silencioso por entre montañas y valles, pero la mente y el corazón del joven maestro que resistió a sus tentaciones siguen enganchados y obsesionados por el deseo hacia la bella muchacha y su recuerdo. No se siente capaz de romper su voto de silencio, pero tampoco de librarse del deseo que lo encadena.

Al anochecer, sus movimientos no parecen habituales, ya que se quema con el fuego que enciende, derrama el té de su cuenco y, además, tropieza con la raíz de un árbol haciendo gala de su desatención y torpeza.
Tras cada error, su mirada siempre encuentra el rostro impasible y ecuánime del anciano, que le observa sin juicios ni palabras.

De pronto, la tensión llega a ser tan atormentadora que, rompiendo un silencio de semanas, interpela al maestro, diciendo con rabia:
– ¡¿Por qué no has reprendido a mi hermano que, rompiendo las reglas de la sagrada sobriedad, ha encendido el fuego de su erotismo con la muchacha del río?!, ¡¿Por qué?!, ¡¿Por qué no le has dicho nada?!, ¡No me digas que la respuesta está en mi interior porque ya ni oigo ni veo nada con claridad!, ¡Necesito entender!, Dame una respuesta -suplica.

El anciano, dedicándole una atenta mirada de rigor y compasión, responde con serenidad y contundencia:

Tu hermano tomó a la mujer en una orilla y la dejó en la otra. Mientras que tú, tomaste a la mujer en aquella orilla y NO LA HAS DEJADO TODAVÍA.

¿Qué te ha parecido la historia? ¿Te ha hecho reflexionar?

¿Crees que hay algo en tu vida que, aunque no te gusta, te resistes a soltar?

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