Olata Turbón, Psicóloga online

Cuento: Afilar el hacha

Había una vez un leñador llamado Pedro que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un espeso bosque. Pedro era conocido por su habilidad para cortar árboles y su destreza con el hacha. Todos en el pueblo admiraban su capacidad para derribar enormes troncos con facilidad.

Un día, Pedro estaba trabajando en el bosque cuando se encontró con un viejo sabio que pasaba por allí. El sabio se acercó a Pedro y le preguntó: «¿Por qué no afilas tu hacha? Parece que está desafilada».

Pedro miró su hacha y se dio cuenta de que el sabio tenía razón. El filo de su herramienta se había vuelto romo debido al uso constante. Aunque Pedro era un experto en el uso del hacha, había olvidado la importancia de mantenerla afilada.

El sabio le dijo a Pedro: «Recuerda, afilar el hacha no solo te ahorrará tiempo y esfuerzo, sino que también te permitirá ser más efectivo en tu trabajo». Pedro entendió el consejo del sabio y decidió seguirlo.

Volvió a su casa y buscó una piedra de afilar. Con paciencia y dedicación, comenzó a afilar el filo de su hacha. Pasó varias horas afilándola cuidadosamente, asegurándose de que cada golpe hiciera que la hoja fuera más afilada.

Al día siguiente, Pedro regresó al bosque con su hacha recién afilada. Comenzó a cortar árboles y se dio cuenta de que ahora era mucho más eficiente. Con cada golpe, el árbol se derribaba rápidamente. Pedro se sentía más enérgico y motivado, ya que no tenía que aplicar tanto esfuerzo físico.

Los otros leñadores del pueblo se dieron cuenta de la mejora de Pedro y le preguntaron cuál era su secreto. Pedro les contó sobre su encuentro con el sabio y cómo afilar el hacha había marcado la diferencia en su trabajo.

La historia de Pedro y su hacha se convirtió en una metáfora para los habitantes del pueblo. Comprendieron que «afilar el hacha» no solo se refería a mantener las herramientas en buenas condiciones, sino también a cuidar de sí mismos y buscar constantemente el crecimiento personal.

A partir de ese día, los leñadores del pueblo comenzaron a dedicar tiempo regularmente para afilar sus hachas. Descubrieron que al cuidar de sus herramientas, se volvían más productivos y eficientes en su trabajo.

La metáfora de «afilar el hacha» se extendió a otros aspectos de la vida. Las personas entendieron que invertir tiempo y esfuerzo en su crecimiento personal, ya sea a través de la educación, la adquisición de nuevas habilidades o el cuidado de su bienestar físico y mental, les permitiría ser más efectivos en todas las áreas de su vida.

Y así, el cuento de la metáfora de «afilar el hacha» se convirtió en una enseñanza atemporal, recordándonos la importancia de cuidar nuestras herramientas, tanto literales como metafóricas, para alcanzar el éxito y la realización personal.

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CUENTO: El anillo del rey

Érase una vez un rey… En un país lejano, que un buen día reunió a los sabios de su corte y les dijo:

– “He ordenado hacer un precioso anillo con uno de los mejores orfebres de la zona. Pero quiero grabar sobre el anillo las palabras que puedan ayudarme en los momentos más difíciles. Ese mensaje debe servir de ayuda también a mis futuros herederos en momentos desesperados, pues ellos sucederán mi reinado”.

 

Todos quienes escucharon los deseos del rey, eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… Sin embargo, ¿pensar un mensaje que contuviera pocas palabras y que cupiera en un anillo? Muy difícil.

Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía por muchas horas, sin encontrar nada en que ajustara a los deseos del gran rey.

 

El poderoso rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como parte de la familia y gozaba del respeto de todos.

Por este motivo, el rey decidió consultarle también a él. Y éste le dijo:

– “No soy un sabio, ni un académico, pero conozco el mensaje”

– “¿Cómo lo sabes?”. Preguntó el rey

– “Durante mi vida en palacio, he conocido todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un maestro. Yo estuve a su servicio. Cuando se fue, yo le acompañé hasta la puerta para despedirlo. Y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.

El anciano escribió en un diminuto papel el mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.

– “Pero no lo leas”, dijo. “Házlo grabar en el anillo. Y míralo sólo cuando no encuentres salida en una situación”.

 

…Ese momento no tardó en llegar…

 

En mitad de una guerra, el rey se encontraba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo. Y llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él, un precipicio…

Lanzarse al vacío, sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos y las voces que se acercaban.

Fue entonces cuando recordó el anillo. Se lo quitó, lo limpió de barro y con detenimiento leyó la inscripción de su interior:

Simplemente decía “Esto También Pasará”.

 

El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración… El rey se sentía muy orgulloso de sí mismo por haber logrado mantener la calma en la batalla y poder así reconquistar sus tierras.

En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:

– “Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo

– “¿Qué quieres decir?”, preguntó el rey. “Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.

– “Escucha”, dijo el anciano. “Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero”.

El rey observó de nuevo el anillo y leyó el mensaje…

“ESTO TAMBIÉN PASARÁ”

Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido.

 

El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.

 

 “Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

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