Solemos considerar la adolescencia como una etapa complicada de nuestro desarrollo. Y por este mismo motivo, es común que al relacionarnos con los adolescentes lo hagamos desde el miedo y la incomprensión. Los prejuicios, más o menos inconscientes, que los adultos hacemos alrededor de lo que es ser adolescente, nos alejan de ellos. De manera que, a veces, en lugar de ayudarles, les dejamos solos en esta etapa tan necesaria de su desarrollo como adultos.
La adolescencia es un periodo de florecimiento que ofrece múltiples posibilidades para el desarrollo del individuo. Que puede ir desde el aprendizaje de nuevas habilidades hasta de fortalezas personales. Es un momento desafiante para el adolescente, que tiene “todo por delante”, como para el adulto que lo acompaña, que tendrá que enfrentarse a muchos cambios e incertidumbre.
La transición de niño a adulto implica: nuevos roles, nuevas responsabilidades, un proceso de adquisición de autonomía que tendrá que ser coherente con su nivel de madurez, aprender gestión emocional, tomar decisiones importantes para el futuro… El adolescente vive una etapa de crecimiento y cambios acelerados, sin la experiencia vital con la que cuenta un adulto. Por lo tanto, antes de enfadarnos con ellos, debemos recordar que esta situación que están viviendo tampoco es fácil para ellos.
¿Qué podemos hacer nosotros? Acompañarles en este proceso, guiarles con nuestros consejos, ajustar las “normas” a su etapa vital, permitiéndoles tener la oportunidad de tomar decisiones equivocadas para que puedan aprender de su propia experiencia. Acercarnos a ellos a través de la empatía, la comprensión y el cariño.
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